El pasado 18 de abril se llevó a cabo un debate sobre género y la currícula educativa que se ha propuesto en el Perú y que incluye enfoques antidiscriminación y de igualdad de género. Los invitados a este debate, que se desarrolló en la Pontificia Universidad Católica del Perú, fueron los argentinos Agustín Laje y Nicolás Márquez, quienes han publicado un libro llamado “El libro negro de la nueva izquierda” en donde, entre otras cosas, intentan ridiculizar al feminismo que propone la igualdad de los géneros.
El debate sobre el feminismo y el enfoque de género es muy necesario y saludable en una sociedad y debe realizarse en el marco de los conocimientos científicos y los conocimientos de quienes trabajan con las conductas humanas y el desarrollo social. El problema es que desde el momento en que se les da a sus detractores un espacio en igualdad de condiciones, de algún modo se legitima como opinión válida lo que en realidad es un discurso que promueve la discriminación. Una discriminación en base a reduccionismos biológicos que van en contra de las evidencias científicas más actuales, los consensos científicos sobre la patologización y el enfoque de Derechos Humanos, negando la existencia del género como constructo social, lo que promueve las diferencias y la invalidez de las identidades transgénero, y relegándolas al plano de lo anormal.
Y ya que los representantes de estas ideas vienen esparciéndolas en espacios masivos, vamos a ocuparnos por responsabilidad social de algunos de los argumentos que utilizan Laje y Márquez y a los que intentan hacer pasar por científicos cuando la ciencia más bien respalda y constata la existencia de la diversidad sexual en todas sus formas: género, orientación sexual e, incluso, el sexo biológico. A continuación algunas de las falacias:
FALACIA 1 - “La naturaleza tiene un orden, somos hombres o mujeres”
Biológicamente tenemos varias formas de describir las características “sexuales”. La cromosómica, la gonadal (formadora de gametos masculinos o femeninos), la hormonal y la genital. Contrario a lo que muchos creen, no todas estas características coinciden para configurar un sexo macho o hembra. En realidad no existen límites exactos para estas clasificaciones sexuales; hay formas de intersexualidad cromosómica, gonadal, genital y hormonal, como también existe una mezcla de varias. Y está comprobado que no necesariamente se acompañan de alteraciones o condiciones que impidan el desarrollo de una vida normal o la reproducción. La intersexualidad todavía es llamada alteración en mucha de la literatura médica, sin embargo, ninguna de estas “alteraciones” influye necesariamente de manera determinante en la orientación sexual o en la identidad de género.
De otro lado, es cierto que existen evidencias empíricas de que los andrógenos (hormonas) juegan un papel importante en la configuración de una identidad “masculina”, pero también encontramos evidencias opuestas a esta hipótesis: hay estudios de individuos que tienen cromosomas XY y síndrome de insensibilidad a los andrógenos, que a pesar ser incapaces de responder a los andrógenos (que, supuestamente, se requieren para el desarrollo masculino de la identidad), construyen una identidad de género masculina. Según la literatura científica, la mayoría de casos con insensibilidad a los andrógenos desarrollan identidades de género femeninas. Entonces, casos como este nos indican que no hay un determinismo de la identidad de género y que la identidad no solo está mediada por la biología.
Estos son paradigmas que incluso en la ciencia a veces demoran en cambiar. Por ejemplo, en el campo de las neurociencias tradicionales existe aún la idea – basada en pequeños estudios científicos no generalizables - de que hay diferencias morfológicas y funcionales entre los cerebros de hombres y de mujeres; sin embargo, la evidencia más actual sostiene que esas investigaciones tienen errores metodológicos y generalizaciones peligrosas, como explica Cordelia Fine en su libro Delusions of Gender. En cambio, otros estudios respaldan la idea de que el cerebro no puede categorizarse en hombre y mujer, como por ejemplo el estudio de meta análisis (es decir, que analiza un conjunto bastante amplio de estudios similares para buscar conclusiones generals) publicado en PNAS en el año 2015 que exploró las resonancias magnéticas de 1 400 cerebros y encontró que la mayoría de cerebros no se pueden agrupar en categorías binarias polarizadas como "hombre" o "mujer", sino que se encuentran ubicados dentro de un espectro.
Claro que hablar de un espectro incomoda a los defensores del binomio hombre-mujer que se sustenta en un supuesto determinismo de la naturaleza. La sexualidad no está circunscrita a una idea binaria de los sexos. Otra prueba de ello es la existencia de la intersexualidad, una forma de sexo biológico que tiene configuraciones cromosómicas, hormonales y gonadales diferentes de las esperadas y que en muchos casos las personas no saben que tienen y que descubren en algún momento del desarrollo de manera accidental.
Lo que sabemos hasta ahora es que las diferencias de género se imprimen a los niños, incluso desde antes de nacer, y debido a las expectativas que se tiene sobre su conducta con solo saber el sexo genital. También sabemos que, ni la orientación sexual, ni la identidad de género ni la sexualidad biológica dependen solo de la genética o la biología, sino que están determinadas por un cóctel único e individual de influencias genéticas, hormonales, culturales y del aprendizaje. La conducta humana es compleja y sería ridículo pensar que podría estar determinada por una sola variable, cuando la realidad es que en una misma persona confluyen de manera concomitante (y sin jerarquización) influencias que vienen desde la biología, el aprendizaje y la cultura. A esto nos referimos cuando decimos que el sexo es construido.
FALACIA 2 – “Un hombre tiene derecho a identificarse mujer, pero no puede hacernos partícipe de su fantasía” (Sobre las personas transgénero)
De acuerdo a esta frase proferida por uno de los expositores contrarios al enfoque de género, se entiende que proponen que una persona que se sienta identificada con un género distinto a su sexo biológico no tiene derecho a hacerlo público, que solo le alcanza su derecho y libertad para la intimidad, como si esto fuera algún delito o patología voluntaria. Aquí algunos alcances para desvirtuar la supuesta ¨fantasía¨ de sentirse identificado con un género distinto al sexo biológico.
El reconocido psicólogo Stephen Rosentahl, Director de las Clínicas Endocrinológicas Pediátricas y del Centro de Género del Niño y el Adolescente (LINK) del Hospital de la Universidad de California, sostiene que el "sexo" de una persona se refiere a los atributos físicos que caracterizan la masculinidad o la femineidad biológica (por ejemplo, los genitales); mientras la "identidad de género" refiere al sentido interno de una persona de ser hombre o mujer, o a sentirse un poco de ambos o de ninguno (lo que se conoce como género no-binario).
Al nacer, a la mayoría de los niños se les asigna un "sexo" basado en la anatomía genital. Con esta asignación surgen las expectativas de la sociedad, en función a roles, comportamientos y expresiones de género. Sin embargo, la identidad de género del niño solo puede ser asumida desde afuera, por lo que observamos, pero solo cuando el individuo logra alcanzar cierto nivel de desarrollo psicológico y autoconciencia es capaz de enunciar su propia identidad de género. Una categorización de identidad que, además, puede variar según la cultura y el paso del tiempo. Así, una persona puede tener una identidad de género femenina, masculina, transfemenina, transmasculina o dentro del espectro de lo no binario.
Si bien el género, o las ideas sobre las categorías “hombre” y “mujer” sí son construcciones sociales, la sensación subjetiva de quiénes somos o cómo nos sentimos respecto a esas categorías, es decir la identidad de género, sí está constituida con mediación biopsicosocial, es decir, intervienen variables biológicas, psicológicas y sociales.
Una prueba de cómo el enfoque a las identidades transgénero no se basa puramente en biología, como tampoco puramente en cultura, es que existen referencias a la transexualidad documentadas en diferentes culturas y épocas históricas, en las que la transexualidad no era tratada como patología, como explica Kim Pérez Fernández-Figares en el libro “El Género Desordenado” (Missé y Coll-Planas, 2010, de la editorial Egales). Es en nuestra época contemporánea, a partir de los años 80, que la transexualidad se presenta como Trastorno de la identidad de género en el DSM III (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales). Es decir, en ese momento se configuró un cambio en el discurso sobre la transexualidad basado en un enfoque restringido y biológico-determinista de las ciencias médicas, algo completamente opuesto a un enfoque más integrador de la sexualidad. Así como la homosexualidad se retiró de este manual en 1973 y del manual de la Organización Mundial de la Salud en 1990, en la actualidad, la transexualidad no está contemplada como enfermedad por la APA y la OMS ya está en discusiones para retirarlo también, reemplazándolo por el término “Disforia de género” para asegurar el acceso a tratamientos de afirmación de sexo en las personas trans que así lo requieran.
Hoy sabemos, y es consenso científico, que las identidades transgénero son válidas, existen y son condiciones reales. Su génesis tiene cierto componente genético, aproximadamente el 40 % de concordancia entre gemelos, (que en un mismo par de gemelos uno sea trans y el otro también). Pero no son los únicos factores influyentes en la identidad de género. Otros componentes biológicos (el hormonal y cerebral) y, por supuesto, el cultural, median la experiencia de las identidades trans. Una persona trans podría no hacer cambios en su cuerpo, o puede que sí, lo importante es que sienta validada su identidad. El resto de su experiencia personal se desarrolla sin complicaciones, siempre que no se vea afectada por la violencia discriminatoria. Por ejemplo, un estudio publicado en el año 2016 en la revista científica Pediatrics y analizó la salud psicológica de 73 niños trans y 73 niños cisgénero (con identidades de género esperadas según su sexo biológico) encontró que los niños transgénero que son apoyados por sus padres no son psicológicamente distintos que los otros niños.
Las personas trans existen, y solo esa es razón suficiente para incluir políticas educativas que promuevan la igualdad y la no discriminación.
FALACIA 3 - “El enfoque de género no es científico porque no tiene base empírica”
La carencia de evidencia empírica es un tema transversal a las ciencias sociales, psicológicas y todas aquellas que intentan explicar al ser humano y su conducta (incluido el enfoque de género), y es que, siendo el sujeto de estudio el ser humano, muchas veces se presentan situaciones en las que sería antiético poner a prueba ciertas teorías sociales o psicológicas en las que se tendría que manipular el contexto social de un niño, por ejemplo, para comprobar algunas hipótesis.
En el caso de la Física, en Química o en ciencias en las que no se trabaja con las conductas del ser humano, la forma de comprobar una teoría es sometiéndola a metodología experimental. En el caso de la Psicología o la Sociología, lo que sí ofrecen la mayoría de investigaciones son datos estadísticos que nos pueden ayudar a reconocer problemáticas que deben ser atendidas. Debido a ello, el debate social se da en planos más teóricos y políticos que empíricos. Pero no por ello debe considerarse menos válido. Otra cosa importante que recordar con respecto de la ciencia es que los conocimientos científicos no son nunca materia cerrada, por el contrario, precisamente porque la ciencia no es ideología es que siempre está abierta a nuevas teorías, que cuando son más explicativas dejan atrás a las anteriores. Así también, en el caso de las ciencias que trabajan con las conductas humanas y el desarrollo social se trabaja con estudios experimentales que aportan importante información y conocimientos que van abriendo campo y expandiendo nuestros horizontes.
Pero es importante conocer que sí existen evidencias empíricas sobre el enfoque de género. Hay muchos estudios experimentales que respaldan la necesidad de intervenir sobre las expectativas y los estereotipos de género. Un importante ejemplo es la serie de tres estudios realizados por Steele y Ambady que dan evidencia de la existencia de los estereotipos de género, y cómo estos se activan y afectan las conductas.
Estos estudios realizados en el año 2006, pusieron a prueba las actitudes que tenían las mujeres hacia las matemáticas. Los resultados revelaron que las mujeres a quienes se les recordaba su identidad "mujer" de manera previa, tuvieron más actitudes consistentes con el estereotipo de género (rechazo por las matemáticas), que aquellas que fueron tratadas de manera neutral. El estereotipo solo apareció cuando se les recordaba de manera sutil que eran mujeres, a través de una encuesta previa donde se les preguntaban aspectos relacionados a estereotipos de género, preguntas sobre pareja, sobre cómo se sentían, si vivían solas, etc.
Lo mismo sucede cuando elegimos una profesión o carrera. Un estudio publicado por Shelley Correll en el 2004 en American Sociological Review encontró que hombres y mujeres juzgan de manera diferente sus habilidades, independientemente de qué tan buenos sean en ellas, y eso influye en su decisión sobre una carrera o profesión. Correll concluye que “los hombres no eligen profesiones ligadas a las matemáticas más que las mujeres porque sean mejores en matemáticas, sino porque creen que son mejores en ellas”.
Estos estudios muestran cómo la exposición a los estereotipos de género influyen en las actitudes que las mujeres pueden tomar respecto de las actividades que se consideran, más o menos, “femeninas”. Por tanto, incorporar una educación igualitaria previene la instauración y el reforzamiento de estos estereotipos, que son dañinos porque limitan la acción de las personas con base en su género y su sexo, asumiendo que existen diferencias innatas que nos predisponen a ser mejores o peores en tal o cual actividad solo por influencia cromosómica, hormonal y cerebral. Y este es uno de los objetivos del enfoque de género.
Estas evidencias se contradicen con el modelo tradicional que indica que las mujeres son peores en matemáticas y ciencias porque sus cerebros se desarrollan para las letras y el cuidado de otros, para la empatía, el reconocimiento de emociones y el servicio, debido a que la testosterona elevada en los varones atrofia el desarrollo del hemisferio izquierdo (y verbal), que sí es más grande en las mujeres. Nada de esto viene del consenso científico y sí de evidencias aisladas (¿sesgadas?). Por el contrario, este meta análisis del 2009 publicado en Philosophical Transactions of the Royal Society B no encuentra efectos de la testosterona en la lateralización del cerebro, ni el lenguaje o en la cognición visuoespacial, habilidades que se supone son diferentes en hombres y mujeres.
FALACIA 4 - “Censurar el discurso de odio limita la libertad de expresión”
¿Qué es un discurso de odio? Se entiende como un discurso que promueve el odio a lo distinto o la discriminación. Cualquiera puede odiar y todos tenemos determinados prejuicios y el derecho a sentir lo que queremos sentir. A lo que no tenemos derecho es a actuar según esos prejuicios fomentando odio y discriminación que vulnera a otras personas y que genera un espacio inseguro o violento para con ellas.
Existen categorías humanas vulneradas histórica y culturalmente, como la raza, el sexo, la orientación sexual, la clase social y la identidad de género. En ese sentido las personas LGBTI y las mujeres sufren de discriminación por su condición de LGBTI o de mujeres. Negar esta realidad es invisibilizar a un grupo de gente y negar la oportunidad y el derecho de hablar de un problema que existe y que grupos de poder muchas veces intentan eliminar.
Es cierto que en el reporte de estadísticas sobre crímenes de odio hay problemas de sistematización. En muchos casos las muertes de personas LGBTI se dieron a mano de sus parejas o no se ha podido comprobar que el móvil fuera la discriminación. Pero reducir las estadísticas de discriminación solo a las muertes es un error muy común del que se valen los detractores del enfoque de género. Pero este problema también sucede porque no hay políticas de recolección de datos sistematizadas en el Estado que ayuden a identificar los casos de homofobia, que no solo pasan por asesinatos, sino también por violencia verbal, social y psicológica. El bullying homofóbico, por ejemplo, está bastante extendido y lo sufren tanto niños LGBTI como aquellos que no lo son. ¿Por qué? Porque no es necesario que se tengan evidencias de homosexualidad (a un niño le gusta su amiguito), sino que la homofobia se produce por cómo se ve el niño, es decir, es una violencia por la forma en que expresamos nuestro género. Y esta es una realidad palpable para todas las personas que trabajan en colegios o tienen contacto con grupos de niños. Otra razón más para educar en igualdad y sin estereotipos.
Para apoyar la idea de que se intenta censurar la libertad de expresión, los detractores citan casos como el bus de la campaña española #HazteOír que fue sacado de circulación en España porque tenía el slogan “los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, que no te engañen”. Lo cierto es que se les retire por ser un mensaje claramente transfóbico que intenta mostrar como verdad científica que el género solo debe corresponder al sexo biológico, pero eso en realidad no es más que una forma sutil de discurso de odio, de rechazo e intento de invisibilización contra personas distintas.
Decir que los hombres tienen pene y las mujeres vagina es una realidad para algunas personas, pero no para todas. Por eso, quienes defendemos el enfoque de género estamos a favor de las campañas de sensibilización que visibilizan que existen mujeres con pene y hombres con vagina. Así se fomenta la inclusión y el debate sobre la identidad de género y se protege a grupos vulnerables de la violencia y la discriminación que generan la desinformación y la patologización de las personas que no tienen una identidad de género que se circunscribe a cierta norma social. Solo un ejemplo: las personas trans tienen una esperanza de vida de 35 años en Latinoamérica debido al estigma social y a la ausencia de legalidad de sus identidades que limita su acceso a derechos como la educación, la salud y el trabajo.
Resulta evidente que hay personas que utilizan la pseudociencia o malas interpretaciones de la ciencia para validar discursos discriminatorios. Sin embargo, la realidad se impone y por ello para la ciencia está claro que no existen categorías estáticas ni determinismo biológico y que la diversidad de género es una realidad.
*Alexandra Hernández es Licenciada en Psicología de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, tiene una maestría en Neuropsicología por la misma universidad. Es feminista y activista LGBTI con estudios de género por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
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